viernes, 26 de noviembre de 2010

LA INMENSA CAPACIDAD DE PERDON DE UN NIÑO

Hace unos días mi hija Alicia me dio una lección de las que no se olvidan. La semana pasada la va en casa de mis padres jugando con una llave, y ante el riesgo de que se la tragase (poco probable en Alicia, la verdad, tiene bastante cabeza con esos temas) o que la dejase por ahí y se la tragase Ana (una posibilidad mayor) se la quité y la dejé lejos de su alcance.
Este lunes, buscando algo en el bolso, y tras vaciarlo sobre el sofá para encontrar lo que buscaba más rápido, me doy cuenta de que me falta la llave de una oficina a la que voy a trabajar unas horas. Inmediatamente me acuerdo de la llave con la que jugaba Alicia, y la relaciono con la que me falta. Después de echarle una regañina bastante seria a Alicia ( que dejo a la pobre llorando desesperada) nos vamos a casa de mis padres en busca de la llave. Allí está, donde yo la deje. Me quedo más tranquila, pero siento que algo no está bien. Esa llave es del modelo y marca de la desaparecida, pero en mi mano da la sensación de ser más pequeña. Algo no me cuadra, pero imagino que tiene que ser esa, que vaya casualidad sería que hubiera dos llaves iguales (o casi) sueltas, y que Alicia tiene mucha costumbre de revolver los bolsos de los demás si los dejas a mano.
Pero al volver a casa es cuando el mundo se quiere hundir bajo mis pies, cuando unos pocos minutos después de llegar, Alicia aparece con una llave en la mano que ¡Oh coincidencia! es del mismo tipo que la recién hallada, e incluso en mi mano tiene el tamaño adecuado que yo recordaba. Pregunto a Alicia donde la ha encontrado y ella me señala el sofá. La llave en cuestión (como comprobé al día siguiente) era la de la oficina, y seguramente se había quedado oculta en algún pliegue de la funda del sofá. Me dolía todo, al recordar las voces que le había dado por coger mi bolso de forma tan injusta, así que me arrodillé a su lado y la dije:
-Alicia, hija, me he equivocado. Te he reñido por algo que no has hecho y no podías explicarme que tú no habías cogido la llave. ¿Me perdonas?
Y ella solo dijo sí.
No abrazamos y la llene de besos, sabiendo lo injusta que había sido con ella, pero Alicia me enseñó que incluso a su edad, cuando quieres a alguien, estás dispuesta a perdonar lo que sea. Ojala cada vez que la tenga que reñir por algo, sea capaz de tranquilizarme un segundo para recordar este error, y poder hablar las cosas con calma de forma que ella me entienda, y comprenda que hay cosas que no se pueden hacer, pero que aunque la regañe, o la tenga que castigar por ello, ella sepa que jamás voy a dejar de quererla.

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